Origen

Desplázate para comenzar

Origen

Antes del inicio de la vida, antes incluso de que el cosmos tomara forma, existía la Luz… y existía el vació. Libre de las restricciones del tiempo y el espacio, la Luz se extendía por toda la existencia con la forma de un infinito océano prismático. Grandes torrentes de energía viviente se desbordaban por sus profundidades refractarias con movimientos que conjuraban sinfonías de felicidad y esperanza. El océano de la Luz era dinámico y siempre cambiante. Pero al expandirse, algunas de sus energías se desvanecían o se apagaban, dejando tras de sí reductos de fría nada. De la ausencia de la Luz en estos espacios se gestó un nuevo poder a la existencia.

Este poder era el Vacío, una oscura fuerza vampírica dispuesta a devorar toda energía, a retorcer la creación hasta que se destripe a sí misma. El Vacío pronto creció y expandió su influencia, enfrentándose a las ondulantes oleadas de la Luz. La creciente tensión entre estas dos energías opuestas pero irremediablemente inseparables generó una serie de catastróficas explosiones que desgarraron el tejido de la realidad y dieron a luz a un nuevo reino.

En aquel instante nacía el universo físico.

Las energías liberadas por el choque entre la Luz y el Vacío, convertidas en materia pura, recorrieron el cosmos naciente, entremezclándose en el caos hasta formar un sinnúmero de mundos primordiales. Durante largas épocas, este universo en constante expansión —la Gran Oscuridad del Más Allá— hervía en una vorágine de fuego y magia.

Las energías más inestables se fusionaron en una dimensión astral conocida como El Vacío Abisal. La Luz y el Vacío entrechocaron y sangraron juntos en los límites de este reino, abocándolo al desconcierto. Aunque estaba tangencialmente vinculado a la Gran Oscuridad del Más Allá, El Vacío Abisal existía en el exterior de las fronteras del universo físico. Aun así, ocasionalmente las volátiles energías de El Vacío Abisal rasgaban el velo de la Gran Oscuridad, inundando la realidad y retorciendo la creación.

El cataclísmico nacimiento del cosmos también diseminó fragmentos de Luz por toda la realidad. Dichos fragmentos insuflaron la materia de miríadas de mundos con la chispa de la vida, creando criaturas de una maravillosa y terrible diversidad.

Las formas de vida más comunes en aparecer fueron los espíritus elementales, seres primordiales de fuego, agua, tierra y aire. Estas criaturas eran nativas de casi codos los mundos físicos. Muchos de ellos se deleitaron con la vorágine que se apoderó de las primeras eras de la creación.

De forma ocasional, unas nubes de Luz fracturada se reunían y daban forma a seres de mayor poder y potencial muy superior.

Entre ellos se encontraban los naaru, unas criaturas benevolentes compuestas de centelleantes energías sagradas— Cuando los naaru posaron sus ojos en el inconmensurable universo, vieron un reino de ilimitadas posibilidades. Los naaru juraron emplear su dominio de la magia sagrada para difundir la esperanza y nutrir la vida allá donde se encontrara. Aún más extraordinarios que los naaru eran los colosales titanes. Sus espíritus —conocidos como almas-mundo— se forjaban en el ardiente núcleo de un reducido número de mundos. Durante eones, estos titanes nacientes durmieron mientras sus energías bañaban los cuerpos celestiales que habitaban. Cuando al final los titanes despertaron, también despertaron los mundos vivos. Los vientos cósmicos aullaban sobre sus gigantescas siluetas, con sus cuerpos envueltos por una capa de polvo estelar y la piel recubierta de plateadas cordilleras montañosas y océanos resplandecientes de magia latente.

Con ojos que brillaban como relucientes estrellas, los titanes contemplaron el incipiente cosmos y quedaron atrapados por sus misterios. Mientras los naaru juraron proteger la vida, los titanes se embarcaron en un propósito muy distinto y partieron hacia los confines más alejados de la Gran Oscuridad en busca de otros de su raza.

Un día, este trascendental viaje alteraría el curso de la creación, moldeando el destino de todas las criaturas vivientes.